“Es el Reino de los Cielos
Comparable a aquel amo
Que salió a por obreros
De su viña muy temprano.
Convino con estos hombres
El salario de un denario.
A la hora tercia fue
Y vio a otros descansando:
‘Id también hacia mi viña,
Que os pagaré a cambio’.
A las horas sexta y nona
Hizo varios más contratos;
Saliendo a la undécima
Vio a más hombres sentados;
Estos hombres le dijeron:
‘Nadie nos ha contratado’;
‘Id también hacia mi viña’.
Más tarde, hizo este encargo
A su administrador:
‘Paga a todos su salario,
Empezando por los últimos’.
A éstos les dio un denario.
Los de la primera hora
Ansiaban precio más alto,
Porque llevaban más tiempo,
Mas les dieron un denario.
Contrariados y extrañados
Murmuraban contra el amo:
‘¿Cómo puede dar la misma
Cantidad, por más trabajo?’
Él les respondió: ‘Amigos,
No os hago ningún agravio.
¿No prometí que os daría
Solamente un denario?
Tomad e iros. Yo quiero
Dar a éste el mismo trato.
¿No dispongo de mis bienes?
¿O es mi bien quien te hace daño?’
Los primeros, por los últimos,
Se verán adelantados.
Son pocos los escogidos
Entre los muchos llamados”.
Yendo a Jerusalén,
Previno a sus discípulos:
“Allí Dios será entregado,
Vejado y escarnecido.
Le condenarán a muerte,
Y morirá con suplicio.
Mas al cabo de tres días
Volverá entre los vivos”.
La mujer de Zebedeo
Se acercó con sus hijos,
Y con un sentido ruego,
Le pidió a Jesucristo:
“En tu reino, a tus lados
Sienta a los hijos míos”.
Mas contestóle Jesús:
“Demasiado has pedido.
¿Han de beber de mi cáliz?
¿Han de sufrir mi destino?”
Le contestaron: “Podemos”.
“Sí, sufriréis parecido;
Pero asignar los asientos,
No es cometido mío,
Sino del Padre del cielo”.
Los otros diez, al oírlo,
Se enojaron contra ellos,
Sintiéndose ofendidos.
Pero Jesús les llamó,
Les agrupó y les dijo:
“Sabéis que los poderosos
Viven de los oprimidos,
Los grandes de las naciones
Buscan hacerlos cautivos.
No sea así entre vosotros:
Por el contrario os pido
Que el más grande os sirva
Como Yo os he servido.
Pues Yo vine a servir
Y a morir por mis amigos”.
Al salir de Jericó
Caminando Jesucristo,
Una muchedumbre ingente
Salpicaba su camino.
A dos ciegos en un borde
Les llevaron el aviso
De que Aquél que paseaba
Era el Galileo mismo.
Comenzaron a llamarle:
“¡Tú, Señor, de David hijo!
¡Ten compasión de nosotros!”
Intentaban disuadirlos
Pero ellos redoblaron
La potencia de sus gritos:
“¡¡Jesucristo, ten piedad!!
¡¡Jesús, de David el hijo!!”
“¿Qué queréis que Yo os haga?”
“¡Los ojos nuestros, abrirlos!”.
Porque ninguno veía.
Y Jesús, compadecido,
Les tocó sobre los ojos,
Que recibieron el brillo
De la luz, luz salvadora
Que encarna Jesucristo.
Desde entonces siguieron
A Jesús por los caminos.
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