Les dijo a sus discípulos
Cuando hubo terminado:
“En dos días es la Pascua
Y Yo seré entregado”.
Se reunieron por entonces
Los sacerdotes y ancianos
En la sede de Caifás,
Entre ellos conspirando
Para prender a Jesús
Con objeto de matarlo.
Mas no durante la Pascua,
Con el pueblo alborotado.
Pasó Jesús por Betania,
Al leproso visitando;
Trayendo una mujer
Un frasco de alabastro,
Lo vertió en su cabeza
Estando Él recostado.
Al derramar el ungüento
Los suyos se enojaron,
Y protestaron diciendo:
“¿Por qué lo ha malgastado?
¡El precio de la colonia
Podría haber donado!”
Jesús les recriminó:
“¿Por qué la molestáis tanto?
Una obra buena ha hecho
Que ha sido de mi agrado.
Pobres siempre los tendréis,
No a Mí a vuestro lado.
Con todo el Evangelio
Se narrará este acto”.
Cuenta Juan Evangelista
Que cenaba con Él Lázaro,
Al que el Señor Jesús
Había resucitado.
Marta era quien servía
Y María la del frasco,
Siendo Judas Iscariote
Quien reclamó los denarios.
Y fue Judas Iscariote
Quien fue para traicionarlo,
Diciendo: “Si Lo entrego
¿Cuánto me daréis a cambio?”
Treinta monedas de plata
Fue el precio estipulado
Con los sumos sacerdotes
En pago por entregarlo.
Le preguntan los discípulos
En el día de los Ácimos:
“¿La comida de la Pascua,
En dónde la preparamos?”
Jesucristo les ordena:
“Id a casa de Fulano,
Y dejadle este mensaje:
Mi fin está ya cercano”.
Por la tarde, a la mesa,
Todos juntos se sentaron;
Mientras comían, les dijo:
“Uno me ha entregado”.
Cada uno inquiría:
“¿Seré yo, Señor, acaso?”
Y Jesús les respondió,
“El que coma de mi plato,
Ése me va a entregar
Según han profetizado.
El Hijo de Dios se va,
¡Mas ay de quien lo ha entregado!
¡Mejor no hubiera nacido!”
Le dice Judas: “¿Acaso
Seré yo, Rabí, quien dices?”
“Tú lo has dicho, desdichado”.
En la fiesta de la Pascua
Se sentaron a comer,
Y habiéndoles amado
Entregó toda su fe,
Pues provenía del Padre
Y a Él debía volver.
En el corazón de Judas
Ya moraba Lucifer.
Se levantó de la mesa,
Y sin explicar por qué,
Se ciñó una toalla
Para lavarles los pies.
Le protesta Simón Pedro:
“¿Lavar, Tú a mí, los pies?”
Le contesta Jesucristo:
“Lo comprenderás después”.
Le replica Simón Pedro:
“Jamás lo consentiré”.
“Si Yo no te los lavare
Conmigo no has de ver”.
Simón Pedro retrocede:
“Señor, no sólo los pies:
La cabeza, y las manos,
Todo el cuerpo lavame”.
“El que ya se ha bañado
No ha este menester,
Porque está todo limpio;
Mas de vosotros, Yo sé
De uno que no es limpio”
(Ellos no sabían quién).
Cuando terminó con todos
Volvió sobre el mantel
Y se dirigió a ellos:
“Este gesto, ¿lo entendéis?
Me decís vuestro Maestro
Y Señor, y decís bien,
Pues lo soy; si Yo os lavo
Vosotros debéis también
Lavaros unos a otros.
Os afirmo que no es
Siervo mayor que señor.
Si estas cosas entendéis,
Dichosos seréis vosotros
Si por obra las ponéis.
Con aquellos escogidos
La Escritura cumpliré;
Os anuncio desde ahora
Lo que luego podréis ver.
Yo soy enviado del Padre,
Yo os envío también:
Si recibís a uno mío,
Recibís también a Él”.
Tomando Jesús el pan
Lo cogió entre sus manos,
Lo bendijo, lo partió
Y lo pasó anunciando:
“Comed todos de Mi Cuerpo
Por vosotros entregado”.
Tomó después el cáliz,
Lo levantó en lo alto,
Dando gracias a Dios Padre,
Y lo mostró proclamando:
“Bebed todos de Mi Sangre
Que por vosotros derramo,
Nueva alianza eterna
Del perdón de los pecados.
Os emplazo al banquete
De comunión de los santos”.
Terminada la velada
Se marcharon caminando,
Y les anunció Jesús:
“Hoy por mí tendréis escándalo;
Cuando hieran al pastor
Dispersarán al rebaño;
Mas iré a Galilea
Después de resucitado”.
Tomó Pedro la palabra,
Con ademán indignado:
“Aunque todos lo tuvieren,
Yo ni podría pensarlo”.
Jesús le mira con pena:
“Antes que cante el gallo
Me negarás por tres veces”.
“Antes muero a tu lado”.
Jesucristo les condujo
Al Huerto de los Olivos,
Tras el torrente Cedrón,
Judas sabía el sitio.
Allí, en Getsemaní,
Rodeado de discípulos
El Señor Jesús tomó
A tres de sus favoritos
(Pedro y los Zebedeos)
Y angustiado les dijo:
“Siento tristeza mortal.
Quedaos. Velad conmigo”.
Postrado sobre su rostro
Oró así: “Padre mío,
Si es posible, apártame
Este cáliz, mi destino.
Mas sea como Tú quieras
Y no como Yo te pido”.
Volvió donde los apóstoles
Y los encontró dormidos.
“¿De modo que no habéis
Ni una hora resistido?”
Y de nuevo les pidió:
“Orad y velad conmigo;
No caigáis en tentación,
Pues es pronto el espíritu,
Pero la carne es débil”.
Volviendo sobre su sitio
Siguió con su oración,
Triste, solo, abatido:
“Padre Mío, tengo miedo,
Mas cúmplanse tus designios”.
De regreso, otra vez,
Se los encontró dormidos;
Rezó por tercera vez,
Y cuando acabó les dijo:
“Dormid ya, y descansad:
Que la hora se ha cumplido”.
Mientras esto les decía
Llega Judas, su discípulo,
Con una armada turba
De romanos y judíos.
Judas le besa la boca
Para marcar al vendido;
Jesucristo le pregunta:
“¿A qué vienes tú, amigo?
¿Besando has de entregar
Al Hijo de Dïos Vivo?”
Unos cuantos le rodean
Y Jesús queda prendido.
Un apóstol reacciona,
Iracundo, con el filo
De su espada, y al siervo
Malco hiere en el oído.
Mas Jesús le reconviene:
“Guarda el arma, pues te digo
Que quien a espada mata,
A espada será vencido.
¿No podría reclamar
De mi Padre el poderío?
Mas conviene que se cumpla
Como estaba escrito”.
Se dirige hacia la turba:
“¿A ladrón habéis salido,
Pudiendo haberlo hecho
En el templo do predico?”
Mas parándose a pensar
Se repite, a Sí Mismo,
Que conviene que se cumpla
Como estaba escrito.
Los discípulos corrieron
Y abandonaron a Cristo.
Llegan adonde Caifás
Con Jesucristo prendido;
Los escribas, los ancianos,
Allí estaban reunidos.
Simón Pedro puso pie
En el atrio pontificio
Y, entrando, se sentó
Con los criados en el sitio.
Los del Sanedrín llamaron
A muchos falsos testigos,
Con el fin de condenarlo
A muerte, tras leve juicio.
Dos de estos testimonios
Dijeron: “Éste ha dicho:
‘Tirad el templo de Dios
Que Yo lo reedifico
En tres días’”. El pontífice,
Levantándose, Le dijo:
“¿Qué contestas? ¿Qué respondes
A lo que éstos han dicho?”
Jesús guardaba silencio,
Y el pontífice Le dijo:
“Te pido, por Dios Eterno,
Habla: ¿Eres Tú Su Hijo?”
Jesucristo le contesta:
“Eres tú quien lo ha dicho.
Y desde este momento
Con certeza os afirmo:
Veréis al Hijo del Hombre
A la diestra del Divino,
Sobre las nubes del cielo,
Por los siglos de los siglos”.
Rasgando sus vestiduras
El pontífice da un grito:
“¡Blasfemia! ¡No hace falta
Convocar a más testigos!
¡Cuantos estáis por aquí
Bien claro habéis oído!”
Los presentes respondieron:
“La muerte es su castigo”.
Empezaron a pegarle
En la cara y a escupirlo,
A la vez que se burlaban:
“Profetízanos Tú, Cristo,
Ya que Tú lo sabes todo,
¿Quién es quien te ha herido?”
Mientras tanto, Simón Pedro,
Esperaba en el atrio,
Y se le vino una sierva:
“Tú eres de Sus cercanos”.
Él negó ante la gente:
“No sé de qué estás hablando”.
Otra sierva le increpa:
“¡Es amigo del juzgado!”
Pedro lo niega de nuevo
Con un juramento vano:
“Yo no conozco al hombre
Del que me estáis hablando”.
Le rodeó el gentío,
A voces le asaltaron:
“¡Tú eres uno de ellos,
No puedes ni ocultarlo!”.
Él se puso muy nervioso,
Maldiciendo y jurando:
“¡No conozco, no conozco!”
Y entonces cantó un gallo.
El apóstol recordó
A Jesús vaticinando
Sobre sus tres negaciones
Con juramentos en falso.
Escapóse del lugar
A expulsar llanto amargo.