Al despuntar la mañana,
Los sacerdotes y ancianos
Se reunieron en consejo
Y resolvieron matarlo.
Lo llevaron a presencia
Del gobernador Pilato.
Mientras tanto, Iscariote,
Que le había traicionado,
Se sintió de pronto mal
Al saberlo condenado,
Y las monedas de plata
Quiso dar a los ancianos.
Se presentó ante ellos
Contrito, con ojos bajos:
“Al dar sangre inocente
Gravemente he pecado”.
Quedaron indiferentes:
“¿Y qué nos estás contando?
Tú verás”. Entonces Judas,
Consternado y aterrado,
Tira las treinta monedas
Por el suelo marmolado.
Perseguido por demonios
Llega a un monte alejado,
Ata soga a una rama
Y perece, ahorcado.
Algunos del Sanedrín
Las monedas retomaron,
Pero eran muy conscientes
Del precio de sangre dado;
Así que con gran escrúpulo,
Después de deliberarlo,
El Campo del Alfarero
Con el dinero compraron,
Siendo Campo de la Sangre
Como lo rebautizaron,
Cumpliéndose lo escrito
Sobre el precio tasado.
Ante el procurador
Llega Jesús maniatado:
“¿Eres rey de los judíos?”
“Tú lo dices”. Sin embargo,
Jesús nada respondía
A sacerdotes y ancianos.
“¿No escuchas lo que dicen?”
Pregunta Poncio Pilato.
Pero Jesús, silencioso,
Permanece cabizbajo;
Este potente silencio
Les dejó maravillados.
Era costumbre, por fiesta,
A un preso liberarlo,
El que pidiera el pueblo
Por clamor mayoritario.
Era el ladrón Barrabás
Uno de los condenados;
A los dos pusieron juntos:
Al Mesías y al villano,
A elección del respetable,
Y les preguntó Pilatos:
“¿A quién preferís que suelte,
A quién libero de entrambos?”
“¡Barrabás, a Barrabás!”
Todos juntos contestaron.
“Con el supuesto Mesías,
De nombre Jesús, ¿qué hago?
Con voz fuerte le pidieron:
“¡A Ése, crucificarlo!”
“¿Pues ha hecho algún mal?”
Les inquirió el romano.
Las voces se avivaban:
“¡A Ése, crucificarlo!”
Ante la fuerza del grupo
Se rindió Poncio Pilato;
Frente a la muchedumbre
Con agua lavó sus manos;
“Es vuestro. Yo esta sangre
Inocente no derramo”.
Todo el pueblo gritó:
“¡Su sangre la reclamamos!”
A Barrabás le soltó,
Y Jesús fue azotado,
Después se lo entregó
Para ser crucificado.
Jesús llega al pretorio,
Por soldados conducido,
Y la cohorte empieza
A quitarle los vestidos.
Lo visten con manto púrpura,
Y corona de espinos;
Le hacen burla, diciéndole:
“¡Salve, Rey de los judíos!”
Le hieren con una caña,
Es vejado y escupido,
Lo llevan hacia la cruz
Tras haberlo revestido.
Es Simón el de Cirene
Por las fuerzas requerido
Para llevar en sus hombros
La gran cruz de Jesucristo.
Cuando coronan el Gólgota
Le dan un trago de vino,
Pero Jesús, al probarlo,
El regalo no lo quiso.
Así lo crucificaron,
Repartiendo sus vestidos;
Encima de su cabeza
Sentenciaron por escrito
(En griego, latín y hebreo):
“Jesús, Rey de los Judíos”.
Dijeron los sacerdotes:
“Lo de Rey, Él lo ha dicho”.
Pero rechazó Pilatos:
“Lo escrito, está escrito”.
Crucificaron con Él
A dos innobles bandidos;
Y era, por los que pasaban,
Injuriado y escupido:
“¿No te bajas de la cruz
Si eres de Dios el Hijo?
Tú, que destruías el templo,
¡Pues sálvate a Ti Mismo!”
Los sacerdotes reían
Por idénticos motivos:
“¡Para qué salvar a otros
Si no puede a Sí Mismo!
Si lo descendiera Dios…
Entonces creeríamos”.
Y los bandidos igual.
Así vivió Jesucristo:
Hasta el último momento
Ultrajado, zaherido.
En la tierra las tinieblas
Ya se habían extendido,
Cuando Jesús exclamó
Fuerte: “Dios mío, Dios mío,
¿Por qué me has abandonado?”
“Es señal de su delirio”,
Se comentaban algunos
Que le habían oído.
Con una caña le dieron
Vinagre de un botijo,
Y Jesucristo murió
Bramando un fuerte grito.
Toda la tierra tembló
Y se abrió un abismo;
Muchos santos, de sus tumbas,
Escaparon redivivos,
Apareciéndose luego
A otros tantos testigos.
El centurión y custodios,
Viendo lo acaecido
Se decían, temerosos:
“Éste de Dios era Hijo”.
Lejos, había mujeres
Que le habían seguido.
Se acercó a Jesús
Un soldado de Pilatos,
Y con una larga lanza
Atravesó su costado.
Su cara quedó bañada:
Sangre y agua brotaron.
El que lo vio lo afirma,
Y no lo afirma en falso.
Lo decía la Escritura:
“Ni un hueso Le quebraron”.
Y está también escrito:
“Mirarán al traspasado”.
José de Arimatea
Se presentó ante Pilato
Para pedirle Su cuerpo;
Éste mandó entregarlo.
Con cuidado lo envuelve,
En su sepulcro dejándolo,
Y corre una gran piedra
Para dejarlo sellado.
Príncipes y fariseos
Recordaron a Pilato:
“Este impostor hablaba
De verse resucitado.
Manda guardar el sepulcro
Por si intentan robarlo,
Eso sería lo peor…”
“Me parece bien, guardadlo”.
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